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Si hay un año carismático dentro del marco de la Guerra de Independencia Española, es el de 1812, el año de los Arapiles, el año que parecía marcar el final del imperio napoleónico en España. Pero dentro de la euforia creada por tan impresionante victoria y sus más inmediatas consecuencias: levantamiento del sitio de Cádiz y retirada de los franceses de Andalucía, también hubo sus sombras y penurias. Y entre ellas estuvo la primera batalla de Castalla, tan solo un día antes de la de los Arapiles.
El 21 de julio, el ejército español del general don José O’Donnell, confiado y seguro en su superioridad numérica, fue brutalmente derrotado en la hoya de Castalla, cerca de Alicante, por las tropas del mariscal Suchet. Le costaría el puesto y un consejo de guerra que se resolvería al final de la guerra, en 1814, manteniéndole alejado del mando desde entonces. Un año después, el 13 de abril de 1813, haría faltar reunir un ejército de circunstancias compuesto por tropas inglesas, portuguesas, sicilianas y españolas para cambiar el rumbo de la guerra en el Levante español. Con el rey José ya camino de su destino en Vitoria, la segunda batalla de Castalla marcó el principio del fin de los franceses en Valencia, que se vieron obligados a abandonarla de forma precipitada tras su brillante conquista un año antes. Suchet, el único mariscal que ganó su bastón en España, ya no volvería a tener la iniciativa y tan solo pudo retrasar el máximo tiempo posible la debacle imperial en Aragón y Cataluña, abandonado a su suerte por el rey José y por el emperador.
 

CONTENIDO

INTRODUCCIÓN


LA PRIMERA BATALLA DE CASTALLA, 21 DE JULIO DE 1812
Reorganización y despliegues.
Plan de ataque.

La batalla.
Retirada española y consejo de guerra.


TRANSICIÓN ENTRE DOS BATALLAS.
El rey José entre Madrid y Valencia.
Aliados contra Suchet
La presencia aliada y su carga para la población alicantina.
La reorganización del ejército español

LA SEGUNDA BATALLA DE CASTALLA, 13 DE ABRIL DE 1813.
Situación general.
Acciones de Yecla, Villena y Biar.
La batalla.
Consecuencias directas.

EPÍLOGO.

ÓRDENES DE BATALLA..

BIBLIOGRAFÍA.

COMENTARIOS DE LAS LÁMINAS EN COLOR.

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AGOTADO

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Ciudad Rodrigo, fortaleza enclavada entre los dos reinos ibéricos, sufrió dos asedios durante la Guerra de la Independencia. El primero, que es del que da cuenta este libro, tuvo lugar entre los meses de abril y julio de 1810, y fue llevado a cabo por las tropas imperiales del VI Cuerpo al mando del mariscal Ney. La tenaz resistencia de la guarnición española, con el mariscal de campo Andrés Pérez de Herrasti al frente, no fue en vano; los imperiales perdieron un tiempo precioso en las labores de asedio, lo que permitió a Lord Wellington y a su ejército –compuesto de británicos y portugueses culminar su estrategia de defensa de Portugal y rechazar una invasión que, si se hubiera llevado a cabo con éxito, habría convertido a la península Ibérica en un nuevo trofeo para Napoleón. No obstante, al final la plaza hubo de capitular y las tropas que la habían defendido fueron enviadas a un penoso cautiverio en tierras de Francia y los Países Bajos. Ciudad Rodrigo entraba, tras estos acontecimientos, a formar parte de la épica napoleónica.

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SIN EXISTENCIAS

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Napoleón esperaba acceder al control de España utilizando en su provecho el desgobierno en que se hallaba sumida la nación por causa de las continuas desavenencias que se daban en el seno de la Real familia y los partidismos que como consecuencia de ello dividían a su pueblo. A pesar de todo, no pasaba desapercibida para el astuto corso la fuerza del carácter español y las dificultades que esta realidad podía traer para sus objetivos últimos.


El motín madrileño del dos de mayo, que ya se había anunciado en los continuos incidentes producidos en esta y otras ciudades españolas, fue el detonante de una trágica guerra que supuso también el comienzo del fin del imperio francés. Madrid fue la única capital europea que recibió a Napoleón con fuego de artillería, y aunque las circunstancias no permitieron a pesar del derroche de valor de sus ciudadanos, repetir las gestas de Zaragoza, Gerona o Valencia, la actitud madrileña durante estos años hizo comprender a todos que la ocupación francesa sería un mal efímero. Fue también un madrileño, el general Francisco Javier Castaños, el primero en conseguir la rendición en batalla de un ejército napoleónico. La victoria de Bailén conmocionó a Europa. En este libro acompañamos a los hombres y mujeres de la capital de España en su lucha y en su sufrimiento, en el camino en fin para alcanzar la libertad perdida, y a todos los soldados españoles y aliados que contribuyeron a alcanzar este objetivo.

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Si a algún aficionado a la historia militar española le preguntamos sobre la batalla de Somosierra, lo más probable es que lo que le venga a la memoria sean los combates que tuvieron lugar allí durante la guerra de 1936-1939. Pero casi siglo y medio antes de eso, el propio emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte, al mando de sus mejores tropas, se enfrentó allí a un ejército español compuesto en su mayor parte por milicianos y paisanos sin apenas instrucción.


La victoria en esta batalla le abrió al Gran Corso las puertas de Madrid, pero la llave para esa victoria estuvo en la heroica carga que un puñado de jinetes polacos efectuó contra las baterías españolas y que pagaron con su sangre y sus vidas el entrar en la leyenda de su país. Francisco Vela, habitual en la serie Guerreros y Batallas cuando se trata de estudiar las batallas de la Guerra de la Independencia, en la que los lectores que nos siguen saben que es un consumado experto, vierte en estas páginas una apasionante narración plena de datos y acontecimientos que satisfará sin duda a todos aquellos que quieran saber lo que verdaderamente ocurrió aquel día 30 de noviembre de 1808 en las laderas del puerto de Somosierra, muy, muy cerca de Madrid.

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El papel de las armas españolas en la llamada “Guerra Peninsular” ha sido subestimado con frecuencia, particularmente por algunos historiadores ingleses (mencionemos solamente a W. F. P. Napier y su History of the War in the Peninsula) que han atribuido prácticamente al ejército británico el mérito exclusivo de la derrota de las águilas imperiales a la vez que han minimizado la participación hispana. Tal visión conlleva dos groseros errores: por un lado pasar por alto que hasta comienzos de 1812 Wellington se limitó principalmente a una guerra defensiva en Portugal, estrategia sumamente hábil pero en modo alguno decisiva: y por otra parte subestimar el papel fundamental jugado por las fuerzas españolas, tanto el ejército regular —que infligió en Bailén la primera derrota importante sufrida por las huestes napoleónicas— como las guerrillas, que sometieron a las tropas de ocupación a una terrible sangría estimada en un centenar de muertos por día.


En este sentido, la relevancia de los sitios de Zaragoza es evidente. No hubo aquí participación de un aliado que posteriormente pretendiera arrogarse el papel principal: solamente militares y civiles españoles, mal armados pero rebosantes de coraje y dispuestos a hacer pagar caro al enemigo cada metro de terreno. Y ni siquiera la pírrica victoria obtenida pudo disipar la honda impresión causada entre los mandos galos por la heroica resistencia de los defensores de Zaragoza, ominoso anuncio de una guerra larga y sangrienta a la que Napoleón aludiría amargamente como “la úlcera española”.

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Al hablar de los sitios (o asedios) de la Guerra de la Independencia, inmediatamente nos viene a la memoria Zaragoza y su Agustina de Aragón; no obstante, no muy lejos de allí se produjeron otros igualmente importantes y épicos: los efectuados por los franceses contra la ciudad de Gerona. Encabezados y dirigidos por el gobernador Mariano Álvarez de Castro, los gerundenses derrocharon valor en la defensa de su ciudad frente al invasor francés, que se estrelló hasta en tres ocasiones contra sus murallas y sus defensores.

Dentro del apartado que la serie “Guerreros y Batallas” está dedicando a la historia militar de la Guerra de la Independencia, no podía falta un número dedicado a los sitios de Gerona, que sin duda ocupan también un lugar de honor en la Historia de España. Para redondear la obra, nos congratulamos de contar para este número con las magníficas ilustraciones de Patricio Greve y Claudio Fernández, así como un excelente óleo de Augusto Ferrer Dalmau realizado de manera específica para esta obra. Estamos seguros de que los lectores de esta nueva entrega de “Guerreros y Batallas” la encontrarán a la altura de sus expectativas y podrán con su lectura revivir este apasionante episodio de la Guerra de la Independencia.

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Durante la Guerra de la Independencia librada en España para sacudir el yugo del invasor francés, éste puso sitio a la ciudad de Cádiz, último reducto de libertad en el que se refugiaron las autoridades que representaban al indigno monarca Fernando VII. Dentro de las vicisitudes ocurridas a lo largo del asedio, mantenido desde el 5 de febrero de 1810 hasta el 24 de agosto de 1812, se cuenta la batalla de Chiclana (o de Barrosa, para los británicos), que tuvo lugar el 5 de marzo de 1811. En este enfrentamiento, las tropas hispano-británicas lograron derrotar a las fuerzas del mariscal Víctor, si bien la victoria no fue aprovechada en todo su potencial.


En este nuevo título de “Guerreros y Batallas”, el autor, con claridad en la explicación y precisión en los datos, nos presenta la concepción, el desarrollo y el desenlace de este combate, en el que los soldados españoles volvieron a demostrar su valor frente al invasor. El apartado gráfico corre en esta ocasión a cargo de los magníficos ilustradores Greve y Fernández, muy apreciados por todos aquellos que han tenido la suerte de disfrutar de su trabajo en anteriores números de esta colección.

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Pocas campañas han suscitado tanto interés y seguimiento como la que protagonizó el ejército británico por tierras castellanas, leonesas, bierzanas y gallegas entre octubre de 1808 y enero de 1809. Interés en su mayor parte británico, que ha convertido una sangrienta y vergonzosa retirada por tierras españolas en objeto de culto, más que nada por la heroica defensa de la pequeña villa de Elviña y por la muerte en combate de su general sir John Moore.

Sin desmerecer el valor demostrado por unos y otros en pequeñas acciones de retaguardia entre la nieve y el frío, la verdad es que el sufrimiento y dolor que dejaron por toda la ruta apenas nos sirve para justificar tanto esfuerzo. La presencia del emperador en persona sólo ha servido para aupar aún más el devocionario de la campaña, olvidando casi siempre el fundamental papel jugado por un pequeño ejército desmoralizado por las derrotas, hambriento, desnudo y acosado hasta la extenuación por la caballería imperial: el Ejército de la Izquierda del marqués de La Romana. Nosotros hemos querido romper una lanza en recuerdo de esos hombres, y sin desdeñar el esfuerzo principal de la campaña, cuyo peso nadie niega que corrió a cargo de ingleses y franceses, hemos abierto una ventana a los sinsabores que corrió el ejército español de igual o mayor manera si cabe que los demás.

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En la Guerra de la Independencia tuvieron lugar los sitios de Zaragoza y de Gerona, bien establecidos en la memoria colectiva. Pero hubo otros como el de San Sebastián, ocurrido con el ejército invasor francés en franca retirada tras las batallas de Vitoria y San Marcial. Las fuerzas angloportuguesas mandadas por Wellington pusieron entonces sitio a la capital guipuzcoana para utilizarla como punto de apoyo para sus próximas operaciones en territorio galo.


Este apasionante libro revive las vicisitudes sufridas por franceses, portugueses y británicos, y por la población donostiarra, que a la postre sería la más perjudicada, durante los 73 días que duró el sitio. Tras un pormenorizado repaso de las fortificaciones de la ciudad, el autor, ya conocido en esta colección por su trabajo sobre la batalla de San Marcial, narra con profusión de detalles los diferentes asaltos aliados y la esforzada defensa francesa, hasta la culminación con el execrable saqueo y vejaciones a las que fueron sometidos los habitantes de la ciudad. Con este nuevo título dedicado a la Guerra de la Independencia, continuamos configurando en la serie Guerreros y Batallas lo que llegará a ser una verdadera historia militar de la citada contienda.

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En el contexto de los enfrentamientos entre ocupantes franceses y tropas españolas ocurridos en 1809, traemos a esta colección la batalla de Medellín, que tuvo lugar el 28 de marzo de ese año. Con la retirada del ejército británico a Portugal tras la batalla de La Coruña, quedó en las únicas manos de los ejércitos españoles la defensa del solar patrio. Se alternaron victorias y derrotas, una de las cuales se produjo en las inmediaciones de Medellín. Relata el autor de esta obra las operaciones del Ejército de Extremadura en su lucha con las fuerzas del mariscal francés Víctor, desarrolla los hechos que dieron lugar a la batalla, el transcurso de los combates, y analiza sus consecuencias para el posterior devenir de la Guerra de la Independencia.


El texto va acompañado de medio centenar de ilustraciones y de las habituales láminas en color, debidas en esta ocasión al buen hacer de Claudio Fernández.
El conjunto satisfará, estamos seguros, a todos aquellos que se acerquen a estas páginas con ánimo de conocer un episodio más de aquella guerra librada hace ya 200 años.

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Cuando los ejércitos imperiales cruzaron el Bidasoa, en París se pensó que con la ocupación de Madrid y el desguace de la monarquía borbónica, los asuntos de España estarían resueltos en cuestión de semanas. Sorprendió la resistencia en la capital y el fenómeno que paulatinamente se fue extendiendo en el territorio peninsular. Y en un primer momento, incluso, llegó a infravalorarse.

A pesar de las desgarradoras imágenes que Goya nos dejó, síntesis del sacrificio y también la impotencia de los españoles ante la represión francesa, el balance de la primera parte del año 1808 no fue tan malo para los que se alzaron contra la ocupación. Cierto es que hubo alguna batalla, como la de Medina de Rioseco, de arrollador triunfo francés, pero éste quedó compensado por el fracaso de los imperiales ante Valencia, en junio, y por las derrotas que sufrieron en Mengíbar y Baüén al mes siguiente. Los ejércitos imperiales terminaron por retirarse prudentemente al otro lado del Ebro en espera de tiempos mejores. Nunca lo hubieran pensado. "Les affaires d'Espagne" se complicaban. Sin embargo a partir del otoño las tornas cambiaron. Napoleón en persona se dirigió a España para tomar las riendas la campaña. Zornoza, Gamonal, Espinosa de los Monteros, Somosierra, Tudela y Madrid son nombres de batallas que jalonaron los triunfos imperiales y las derrotas de los ejércitos españoles.

Ante ese desgaste, 1809 empezaba con los peores augurios. Y los peores augurios se cumplieron en Almonacid.  Leopoldo Stampa, experto en el estudio de la Guerra de Independencia Española, vierte en estas páginas sus profundos conocimientos sobre el conflicto.

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Dieciocho meses después de Bailen, curiosamente también un día 19 pero esta vez de noviembre, el Ejército de Andalucía, ahora llamado del Centro, era brutalmente derrotado en los campos de Ocaña. Se cerraba así un ciclo que comenzara en aquella jornada gloriosa en los campos de Jaén, y que tras varias trágicas derrotas: Tudela, Uclés, Ciudad Real, Almonacid, acababa en los campos de Toledo. El mayor ejército reunido por la

Junta Central estuvo desde el principio condenado al fracaso. Un general en jefe incapaz colocado a dedo por prebendas políticas; unas alianzas que no lo eran tanto, convenientemente ocultadas a su general para no frenar su avance; un plan de operaciones utópico y desproporcionado para un ejército hundido por tanta derrota... Qué otro resultado se podía esperar. Nuevamente, la colección Guerreros y Batallas baja a la trinchera para contar,

esta vez de forma expresiva y melancólica, el final de un ejército que se las prometía muy felices año y medio antes.

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La batalla de Bussaco de septiembre de 1810 marcó el punto de inflexión de la tercera invasión de Portugal por parte de los ejércitos napoleónicos destinados en la Península Ibérica. Una vez más, el ejército mandado por lord Wellington se impuso al que Napoleón envió contra él, esta vez mandado por el mariscal André Masséna.

Vamos a encontrar en este nuevo título de "Guerreros y Batallas" el relato detallado de las maniobras, las escaramuzas y los choques de ambos ejércitos antes de enfrentarse en la batalla decisiva, que el autor

nos presenta de manera clara y concisa después de haber consultado las mejores fuentes contemporáneas. Así mismo, se explica la intervención española en esta campaña, muy poco valorada hasta este momento.

Y acompañando a un texto tan autorizado encontramos las siempre espectaculares láminas de Claudio Fernández, que se han convertido ya en un referente de la ilustración militar tanto en España como

internacionalmente.

Con esta nueva obra se pone otro peldaño más en el estudio de la historia de la Guerra de la Independencia Española, que en esta colección goza de un interés muy especial, como lo demuestran

los numerosos trabajos dedicados a la misma. Para estudiar en su totalidad el conflicto se hace necesario salir de las fronteras españolas, como en Bussaco, o como en Toulouse, que también tendrá su sitio.

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  Continuando con el estudio de la tercera invasión de Portugal por parte de los ejércitos napoleónicos, cuyo primer capítulo se trató en el número 85 de “Guerreros y Batallas” dedicado a Bussaco, llega el momento de abordar su conclusión, cuyo punto culminante fue la batalla de Fuentes de Oñoro.

  El autor vuelca de nuevo aquí sus amplios conocimientos, y sus exhaustivas investigaciones, para explicar de forma minuciosa los movimientos de los contendientes, las estrategias, las tácticas y el incierto resultado de una batalla que apenas si pudo ser llamada victoria por los ejércitos de Wellington, general que cometió aquí algunos de sus más importantes errores como comandante en jefe de las fuerzas aliadas que se enfrentaban al ejército imperial de Napoleón.

  También los seguidores de Claudio Fernández están de enhorabuena, pues vuelve a poner en éstas páginas todo su talento al servicio de la representación gráfica de los soldados que intervinieron en la campaña. El desarrollo de esta colección va dejando cada vez más patente el hecho de que ya no es necesario recurrir exclusivamente a autores extranjeros para conocer nuestra propia historia; este nuevo título es una buena prueba de ello.

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  La batalla de Toulose fue una de las más cruentas batallas dadas en plena paz. Toulouse fue el colofón sangriento a una dura campaña invernal por el sudoeste de Francia, entre el frío, la lluvia y el barro, que duró desde el 7 de octubre de 1813 hasta el 26 de abril de 1814, que capitula Bayona.

  Hemos intentado mostrar la dureza de las batallas del Bidasoa, del Nivelle, del Nive, Orthez, Tarbes, y Toulouse de una forma sencilla y concisa, a sabiendas de lo difícil de su narración, habida cuenta de la incontable sucesión de acciones y lugares por los que discurre la campaña.

  Con esta batalla acababa la guerra de España contra el emperador, aunque aún restará un año para acabar definitivamente con su imperio.

  Si hay una batalla inútil y desesperada en cualquier guerra, esta es sin duda la de Toulouse, porque tuvo lugar el 10 de abril de 1814, cuando los rusos llevaban en París desde el 31 de marzo y la abdicación de Napoleón se había producido el 4 de abril. Cierto, que según todas las fuentes, ni Soult ni Wellington supieron de tan importante noticia hasta el 12 de abril, y que hasta el 18 no recibió Soult confirmación del mariscal Berthier, jefe de estado mayor del ejército.

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